Francisco. Obispo de Ginebra. Año 1611 Annecy, Francia |
Deseo a imitación del de San Pablo en el capítulo IV a los
Filipenses
A las Hermanas de la Congregación
Carísimas hermanas mías, hijas deseadísimas de mi alegría y
mi corona, permaneced así en nuestro Señor amadisímas.
¡Oh hijas de buen olor, hijas de coloquios celestiales! Yo
os ruego, y aún os conjuro, que todas tengáis un mismo amor y viváis todas de
acuerdo en vuestra vocación, en Jesucristo Nuestro Señor y en su Madre y Señora
Nuestra. Amen.
No redacté estas Constituciones según mi propio parecer;
sino mucho más, según la piadosa inclinación de las almas que tuvieron la dicha
de comenzar este género de vida. No comprendo cómo algunos se han engañado pensando que vuestro
instituto es invención mía y, por consguiente menos estimable; pues, ¿con qué
autoridad hubiera podido yo obligaros a tal retiro y a semejante vida, si no
hubiese concurrido a ello vuestra propia elección y voluntad? Ciertamente,
nuestros superiores no pueden convertir en mandamientos los consejos
evangélicos, si nosotros, por nuestra parte, no nos obligamos a observarlos,
libre y voluntariamente por voto, juramento u otro compromiso.
Mas en verdad, viendo vuestra Congregación pequeña en número
al principio y, sin embargo, grande en el deseo de perfeccionarse más y más en
el amor de Dios y en la renuncia de todo otro amor, me vi obligado a asistirla
cuidadosamente, recordando que Nuestro Señor, como Él mismo dice, vino a este
mundo, no sólo con el fin de que la tuvieran más abundantemente; para esto no
basta con inducirlas a la observancia de los mandamientos; sino que se requiere, además, la de los
consejos…
Hermanas o hijas amadísimas: Os ruego, y aún mas os conjuro,
que escuchéis, veáis y consideréis lo que voy a deciros: hasta ahora habéis
sido instruidas en estas santas observancias, bajo ellas habéis recibido el
velo que lleváis, gracias a ellas os habéis multiplicado en número y en piedad.
Sed, pues, firmes, constantes, invariables y permaneced así, a fin de que nada
os separe del Esposo celestial que a todas os ha unido, ni de esa unión que os
puede mantener unidas a Él, de suerte que, no teniendo todas más que un solo
corazón y una sola alma, sea El mismo vuestra alma y vuestro corazón.
Dichosa el alma que observe esta Regla, pues es fiel y
verdadera. Y a todas las que la sigan, séanles por siempre dadas en abundancia
la gracia, la paz y el consuelo del Espíritu Santo.
Amen.
¡Viva Jesús!
S.Fr. de S. XXV 22 Y ss.
Mision y Espíritu
No hay comentarios:
Publicar un comentario