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miércoles, 13 de enero de 2016

Extracto del Prefacio de San Francisco de Sales al libro de las Reglas

Francisco. Obispo de Ginebra.
Año 1611 Annecy, Francia



Deseo a imitación del de San Pablo en el capítulo IV a los Filipenses
A las Hermanas de la Congregación

Carísimas hermanas mías, hijas deseadísimas de mi alegría y mi corona, permaneced así en nuestro Señor amadisímas.

¡Oh hijas de buen olor, hijas de coloquios celestiales! Yo os ruego, y aún os conjuro, que todas tengáis un mismo amor y viváis todas de acuerdo en vuestra vocación, en Jesucristo Nuestro Señor y en su Madre y Señora Nuestra. Amen.



No redacté estas Constituciones según mi propio parecer; sino mucho más, según la piadosa inclinación de las almas que tuvieron la dicha de comenzar este género de vida. No comprendo cómo algunos  se han engañado pensando que vuestro instituto es invención mía y, por consguiente menos estimable; pues, ¿con qué autoridad hubiera podido yo obligaros a tal retiro y a semejante vida, si no hubiese concurrido a ello vuestra propia elección y voluntad? Ciertamente, nuestros superiores no pueden convertir en mandamientos los consejos evangélicos, si nosotros, por nuestra parte, no nos obligamos a observarlos, libre y voluntariamente por voto, juramento u otro compromiso.

Mas en verdad, viendo vuestra Congregación pequeña en número al principio y, sin embargo, grande en el deseo de perfeccionarse más y más en el amor de Dios y en la renuncia de todo otro amor, me vi obligado a asistirla cuidadosamente, recordando que Nuestro Señor, como Él mismo dice, vino a este mundo, no sólo con el fin de que la tuvieran más abundantemente; para esto no basta con inducirlas a la observancia de los mandamientos;  sino que se requiere, además, la de los consejos…

Hermanas o hijas amadísimas: Os ruego, y aún mas os conjuro, que escuchéis, veáis y consideréis lo que voy a deciros: hasta ahora habéis sido instruidas en estas santas observancias, bajo ellas habéis recibido el velo que lleváis, gracias a ellas os habéis multiplicado en número y en piedad. Sed, pues, firmes, constantes, invariables y permaneced así, a fin de que nada os separe del Esposo celestial que a todas os ha unido, ni de esa unión que os puede mantener unidas a Él, de suerte que, no teniendo todas más que un solo corazón y una sola alma, sea El mismo vuestra alma y vuestro corazón.
Dichosa el alma que observe esta Regla, pues es fiel y verdadera. Y a todas las que la sigan, séanles por siempre dadas en abundancia la gracia, la paz y el consuelo del Espíritu Santo.
Amen.

¡Viva Jesús!

S.Fr. de S. XXV 22 Y ss.
Mision y Espíritu




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